miércoles, 26 de octubre de 2011

Al único satélite natural.


Por los días que sustituí en una isla desierta o en callejones poblados de vándalos recuerdos infantiles. Por la cabeza que se alejó del corazón por doler tanto como duelen las cabezas a veces, cuando uno es joven y un poco estúpido. Por ese día que te preguntaste y que tal vez nunca te preguntaste ¿dónde diablos estás?, encontrando una fotografía vieja en algún lado de otra realidad paralela a mí, a ti, pequeña. Por las tardes que sin argumento te vi pasar distraída por la plaza de la mano de alguien que no fui yo, y me caí en pedazos como un arcano hasta mis cimientos transformándolo todo en ruinas. Por lo que uno mata cuando olvida o se obliga a olvidar metiéndolo todo apretujado en un cajón de telarañas de ayeres y se traga la llave. Por los recuerdos que pudieron ser y se transformaron en victimas de lo posible. Por la monotonía de habitar los días con la herida a tajo abierto, sin corazón ni sentido, pasando con el dedo los paisajes como revistas sin importancia en una sala de espera de decoración estéril. Por el juego que no jugué, por las palabras que ya no escuché, salgo de la isla del callejón despoblado, limpio mi cabeza, rompo la fotografía, construyo de nuevo la torre derrumbada en las ruinas, abro el cajón y limpio las telarañas, me zurzo el corazón, decoro la sala, juego y escucho, desde lejos y desde a poco, tu corazón que brilla sostenido por el desierto.

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