lunes, 7 de abril de 2008

Béla Bartók

Dos o tres agudos chillidos por encima de uno más grave, sonido viejo que se abrían menos que los chillidos agudos que estaban por encima de todo, pero que dejaban que se presente un silbido de viento tenue, una figura en vaivén apenas perceptible, se mecía en un marco abierto de sonidos, al fondo de los chillidos que se cruzaban.
Estos chillidos no eran constantes, monótonos siempre pues constituían una consecución, pero el diámetro y la intensidad de aquellos chillidos figuraba entremedio de un piar más melodioso. Es verdad que los chillidos eran en realidad parte de esos tonos melodiosos, pero no eran iguales pues eran más bien un aire aspirado desde dentro, modificado por las lenguas de los ejecutantes, propagándose en un medio elástico de ida y vuelta; caída del sonido para comenzar nuevamente a prolongarse de manera irrepetible.
Cuando los chillidos particularmente distintos construían su monótona consecución de ritmos melódicos, entró al campo del sonido otra consecución, menos monótona, muy delicada y de volumen bajo, que se presentía detrás del sonido de los chillidos. ¿Será que este nuevo sonido, que se presentía detrás de los chillidos, provenía de un instrumento de cuerda? La verdad es que representaba un tipeo de cuerdas, un leve roce que provocaba un ritmo manso, un dúctil rasgazo tipeado dejando cortas fracciones de tonos sólidos, junto al tenue silbido del viento que ya a esa altura comenzaba a abstraerse (separarse del marco general de sonidos), y a cerrarse sin dejar de ser otra perturbación de presión expandiéndose hacia delante y produciendo efectos acústicos diferentes.
Es en ese ambiente cuando entra sorpresivamente un cántico desarmado, desplazándose en ondas vocales, dejando que el paso del aire no fuera presionado en su totalidad, tal vez, dejando que el paso del aire se abriera y contrajera naturalmente, es decir, permitiendo que el sonido vibrara en las cuerdas, articulando un lenguaje indescifrable, símbolos de sonidos que creaban elementos lingüísticos propios de una cultura que personalmente desconocía. Esta articulación tenía un aspecto nasal muy importante, pues el cántico estaba procedido de aquella pronunciación nasal que intervenía la presión del aire que la motivaba. El corte nasal de la presión del aire en conjunto con la pronunciación y el propio lenguaje hacía que este cántico se viera evidentemente enfatizado por la letra r, letra que sostenía el devaneo tembloroso del ejecutante. ¿De donde venia la sensación de que en algún lugar del cuadro de objetos musicales se encontraba una vitrola? Era como si la voz o alguno de los objetos musicales fueran en realidad una grabación reproducida por encima del paisaje natural de sonidos, y no proveniente un ejecutante que se encontrara físicamente ahí. Una rasposidad que acompañaba a sólo a algunos objetos musicales.
Mientras todo aquello ocurría recuerdo comenzar a escuchar, procedido de un sonido estruendoso, la llegada de un nuevo objeto musical más bien complejo de describir, pues este objeto, me representaba físicamente una especie demoledora de los chillidos, mezclados con una sustancia ripiosa. Este sonido demoledor giratorio, determinó el comienzo de un volumen mucho más agresivo del marco general de los sonidos. Ya que mientras este objeto musical demoledor se iba acercando, obviamente más fuerte era, lo que me permitió reconocer sonidos de cadenas rechinantes, pasos que caían en una superficie ripiosa y quizás confundidos con el sonido del agua, la consecución de la caída de algo, quizás por efecto de un movimiento, los chillidos que seguían ahí, el canto que se incrementaba, un cucú y unas campanas pequeñas pues la acústica que produjeron era de una cavidad espacial cerrada, todo esto, ampliando el marco general de sonidos y creando la intersección ciega de un clímax abarrotado de objetos musicales que se cruzaban creando la composición misma de la naturaleza de los sonidos, y abstrayendo los objetos musicales gracias a la intersección.
La cosa es que este objeto demoledor desaparece misteriosamente del campo de sonidos, dejando un silencio que no es tal, pues también es viento, chillidos y ondas de una supuesta laguna. La voz del que supuestamente también provocaba el cántico desarmado anteriormente descrito, pronuncia una corta frase de símbolos vocales, esta vez no tan nasales. Y todo termina mucho más silencioso de lo que empezó, pero siempre acompañado de esos chillidos melodiosos y complicadamente distintos.

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